viernes, 13 de junio de 2025

 


Su presencia es de los lugares donde más cerca he estado de poder definir lo que es la felicidad…

La felicidad se me escapa como un globo entre las manos de una niña. No huye de mí, ni yo de ella pero cambia de apariencia tan seguido que son pocas las veces en la que logro nombrarlas a tiempo, son pocas las veces que logro decir “aquí soy feliz” en lugar de “ahí fui feliz” porque en el momento se me escapo, la supe nombrar, pero tarde, el punto es que ahí -y por “ahí” me refiero a él-

Tuve una despedida, pero esta vez fue una despedida impuesta, yo no quería irme, yo no quería cerrar esa puerta donde encontraba la felicidad constantemente, no quería tener que llevar ese lugar únicamente en mi memoria, conozco la fragilidad de la memoria ¿y si olvido los detalles? ¿y si no recuerdo el sonido de nuestras risas?... y me quedo con todas esas preguntas que empiezan con ¿y si…? Y nunca encontraría la manera de salir.

Sentí una tristeza innombrable, una sensación pesada de nunca llegar a tiempo a mi propia felicidad ¿podemos ser impuntuales cuando se trata de la felicidad?

Ahora se que no, que la felicidad existe en el momento que la sentimos, sin importar cuanto hagamos, la felicidad no se me escapa, se integra en mí, se disuelve en mi piel, y la he llamado de distintas maneras: paz, ternura, descanso, cuerpo, suspiros, y aunque le asigne el verbo pasado fui feliz, la felicidad es atemporal porque es un constante recordatorio de darle un verbo presente, porque no se trata de extrañar la felicidad, se trata de repetirme: si lograste sentirla ahí, lo puedes hacer en otra parte, crece donde estás dispuesto a cultivarla.

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