Su presencia es de los lugares
donde más cerca he estado de poder definir lo que es la felicidad…
La felicidad se me escapa como un
globo entre las manos de una niña. No huye de mí, ni yo de ella pero cambia de
apariencia tan seguido que son pocas las veces en la que logro nombrarlas a
tiempo, son pocas las veces que logro decir “aquí soy feliz” en lugar de “ahí fui
feliz” porque en el momento se me escapo, la supe nombrar, pero tarde, el punto
es que ahí -y por “ahí” me refiero a él-
Tuve una despedida, pero esta vez fue una despedida impuesta, yo no quería irme, yo no quería cerrar esa puerta donde
encontraba la felicidad constantemente, no quería tener que llevar ese lugar únicamente en mi memoria,
conozco la fragilidad de la memoria ¿y si olvido los detalles? ¿y si no
recuerdo el sonido de nuestras risas?... y me quedo con todas esas preguntas
que empiezan con ¿y si…? Y nunca encontraría la manera de salir.
Sentí una tristeza innombrable,
una sensación pesada de nunca llegar a tiempo a mi propia felicidad ¿podemos
ser impuntuales cuando se trata de la felicidad?
Ahora se que no, que la felicidad
existe en el momento que la sentimos, sin importar cuanto hagamos, la felicidad
no se me escapa, se integra en mí, se disuelve en mi piel, y la he llamado de
distintas maneras: paz, ternura, descanso, cuerpo, suspiros, y aunque le asigne
el verbo pasado fui feliz, la felicidad es atemporal porque es un constante
recordatorio de darle un verbo presente, porque no se trata de extrañar la
felicidad, se trata de repetirme: si lograste sentirla ahí, lo puedes hacer en
otra parte, crece donde estás dispuesto a cultivarla.
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